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Breve reseña biográfica de las personas del callejero de León capital

Julián Villacorta Caballero

INTRODUCCIÓN

Buena parte de la historia de una ciudad, está plasmada en los rótulos de sus calles. Cuando una corporación municipal decide dedicar una calle, plaza o avenida, a alguien, pretende perpetuar en el tiempo, la memoria de un personaje célebre. Por el mismo motivo se puede dejar constancia perpetua de un personaje, concediendo su nombre a una institución, pública o privada: parque, fundación, empresa, colegio, institución cultural, asociación de vecinos, etc.

La subjetividad también está presente en este tema que nos ocupa: ¿Quién es más merecedor o menos de que su nombre quede plasmado en un rótulo? Si el pueblo llano tuviese parte activa en asignar el nombre a una vía pública, ¿la configuración mayoritaria del callejero, sería parecida?

En muchos casos, velados o no tan velados intereses, -sociales, culturales, pero sobre todo políticos, etc- propician que ciertos personajes de la vida social, local o nacional, permanezcan en los sótanos del olvido, muy a pesar de que el tiempo clame por poner a cada uno en su sitio. Pero, lamentablemente, tal nombre, en muchos casos, no pasa de ser un dato identificativo de un lugar, para el común de los ciudadanos: vivo en la calle C; habitualmente paso por las calles X, Y y Z, o por la plaza P. Tal organismo está en la calle, plaza, avenida o rinconada R. En muchos casos nos quedamos en lo pragmático: sólo nos interesa asociar el nombre de la vía, con un lugar, organismo o nuestra vivienda, etc. No pasamos de ahí.

Este trabajo pretende, a través de una brevísima reseña biográfica, aproximarnos al personaje que se ha hecho merecedor de que su nombre se perpetúe en el recuerdo de la ciudadanía. ¿No será este el mejor tributo que podemos rendir a la memoria de quienes, habiéndonos precedido en el tiempo, se distinguieron, por una u otra razón, por su buen hacer, en la sociedad que les tocó vivir?

No es tarea poco ardua, sin embargo, dar una reseña biográfica, lo más certera posible, que por escueta no se quede corta o que referencie, sesgadamente, la identidad del personaje. Aunque muchos de ellos sean, en primera instancia, conocidos como poetas, escritores, filósofos, artistas, políticos, etc. cada uno de ellos tiene algún rasgo biográfico que le hace diferente de los demás y en todo caso, irrepetible.

Es esta faceta diferenciadora la que he querido enfatizar, en una breve biografía, consciente de que más de un lector, haciendo valer la subjetividad en la interpretación de las cosas, valore al personaje biografiado, de manera distinta.

He pretendido dejar constancia de las personas, con un escueto apunte sobre su vida que, como mínimo, haga mención: a) -del lugar y fecha de nacimiento y muerte. El parámetro de las fechas es esencial. b) -de la actividad profesional principal y méritos reconocidos, en el desempeño de la misma. c) -del legado que para la historia permanece, tras la muerte del interfecto.

No siempre es fácil dar con todos estos datos. En tiempos pasados, conceder una placa que inmortalizase el recuerdo de un personaje, obedecía al fuerte clamor vox populi, que la corporación de turno se limitaba a corroborar, sobre todo cuando éste se había significado en una ciudad, barrio o pueblo con su impronta profesional. Es el caso de muchos médicos, abogados, industriales, alcaldes, arquitectos, maestros, párrocos, etc.

Son estos nombres de carácter más local o provinciano los más propensos a perderse en la niebla de los tiempos, tras el paso de los años, pues sus datos biográficos son escasos, poco fiables y, cuanto más atrás en el tiempo, inexistentes.

Si buceamos en los siglos pasados, en busca de la auténtica identidad biográfica muchos personajes, relacionados con la provincia de León, tal vez no encontremos más que una escueta pincelada de su actividad profesional, faltando, a veces, la reseña de la época concreta en que vivieron que nos permita relacionarlos con otros muchos parámetros de su tiempo. Es el caso de algunos de los arquitectos, orfebres, maestros entalladores u otros artistas similares, de la catedral de León.

Citar a algunos de estos personajes biografiados, nos evoca, de inmediato, el dato biográfico positivo que más le caracteriza: (p. ej. Colón, descubrimiento de América; Cervantes, autoría del Quijote, etc.) Sin embargo, una profundización más exhaustiva en la vida de algunas de estas personas ilustres, nos llevaría a una valoración diferente de la que, de inmediato se infiere, al evocar su nombre.

Es igualmente de lamentar que en varios casos no dispongamos de argumentos suficientes que justifiquen que una placa inmortalice, la memoria de algunos de ellos. Pero, sin duda, tuvo que haber razones de peso para concederles ese honor.

La casi totalidad de las placas se justifican, en León, o bien por que el personaje nació en nuestra provincia, o porque tuvo relación directa con ella. Y ello sin olvidar a aquellos cuya relevancia, a nivel nacional o internacional justifica que se les recuerde a través de los siglos, por toda la geografía urbana de España y del extranjero.

Dos categorías de nombres conforman el callejero de León: aquellos que tienen relevancia a nivel nacional e incluso internacional y aquellos otros que recuerdan a los ciudadanos de carácter más cercano, más provincial. Los primeros, representan, aproximadamente una tercera parte de la nómina total, en tanto que los segundos, representan las dos terceras partes restantes.

El rótulo que identifica al personaje, resaltado en LETRA NEGRITA MAYÚSCULA, es el que consta en la placa de la ciudad. Algunos de ellos aparecen con ortografía incorrecta.

A veces resalto, en negrita, el nombre León u otra localidad leonesa para recordar la vinculación del personaje biografiado, con nuestra ciudad o provincia, principalmente cuando éste no es leonés de origen.

El número de calles de nuestra capital, es de unas 785, (2020) número que se incrementa de año en año. Este trabajo comporta la biografía de unas 570 personas.

La proporción de biografías de hombres es abrumadoramente superior a la de las mujeres: 524 para los primeros, contra 46 para las segundas, aproximadamente. (Ponferrada sólo dedica 16 calles a mujeres) El Ayuntamiento de León, consciente de esta desproporción, en 2023, se ha comprometido a incrementar el número de calles, con un centenar más de vías, dedicadas a ellas, en los próximos años.

Se hace innecesaria una reseña sobre todos esos nombres de placas del callejero de León que hacen alusión a nombres geográficos de ríos, montañas, puertos de montaña, ciudades o regiones. Igualmente, por no ser aplicable un concepto biográfico puntual, quedan desechados los nombres de muchas de las profesiones gremiales de antaño, reflejadas por toda la ciudad. Se constata que cuanto más antiguas eran dichas profesiones, por lógica, más las encontramos ubicadas en el casco viejo: fajeros, curtidores, cuchilleros, herreros, entalladores, labradores, panaderos, vidrieros, serradores, regidores, bordadores, rejeros, cantareros, azabacheros, etc. El cronista e historiador Angel Suárez Ema, propugnó que los nombres de estos gremios se mantuviesen en las calles en las que se asientan, aunque ya hayan desaparecido la mayoría de esas profesiones.

Todavía hoy en día, varios nombres de vías públicas que no se refieren a personas, evocan aspectos físicos o topográficos, que caracterizaron a los lugares donde tales nombres se asientan: Abedules, Alameda, Nogales, (antigua plaza) Arco de ánimas (antiguo cementerio de San Antonio), Arvejal (terreno de titos arvejos), Cantamilanos, Cantarranas, Cercados, Cercas, Cipreses, Cubos, el Egido, (ejido: eras de trilla o de concentración del ganado), Encinar, Era del Moro, Escurial (lugar de escorias o residuos metalúrgicos), Fuentes, Granja, Llombos, (lomos, terreno con altibajos), Medul (de bedul: boca de riego), Nevera, -antiguo pozo de nieve, en el barrio de san Esteban-, Palomera, Perales, Pozo, Rebollar, (terrenos de roble joven) Regueros, Rosaleda, Sabinar, Serna, -terreno apto para producir cereales-, Tejo, Ventas, Yedra, etc.

El nombre sugiere, a veces, algún edificio de notoriedad pública: Abadía, Convento, Frontón, Hospicio, Hospital, Laboratorio, Mercado, Monasterio, etc. Otras veces, el rótulo sugiere alguna característica puntual de la vía: Cerrada, Corta, Hoz, Malpaso, Ancha. Ésta última recuperó el nombre, en las placas, en 1998, aunque entre la ciudadanía, nunca lo perdió, a pesar de que las placas consignasen, según épocas, un nombre diferente. Uno de los nombres más antiguos con el que se la identificó, fue Herrería de la Cruz.

No es asumible pensar que a alguien se le conceda el honor de inmortalizar su nombre, en el rótulo de una calle, plaza o avenida, sin haber hecho méritos para ello. Y hablar de méritos, es siempre pensar en positivo. Podemos constatar, sin embargo, que analizar la biografía de determinados personajes de otras épocas, a la luz de los tiempos actuales, pone de relieve la subjetividad con la que valoramos a las personas y las cosas. Y surge la pregunta irremediablemente: ¿Sería ésta causa suficiente, para que, en plan iconoclasta, propusiésemos suprimir aquellas placas que perpetúan el nombre de alguien, con alguna faceta de su vida, marcadamente negativa? Yo me atrevo a responder que no, asumiendo que la historia es lo que es, con sus hitos positivos o negativos. Debemos permitir que nuestros descendientes puedan valorar los hechos y a las personas que han ido conformando la época que les ha tocado vivir y que está cimentada en el pasado que fue lo que fue, sin vuelta atrás posible. O dicho de otra manera, ¿con eliminar una placa, de verdad eliminamos el recuerdo histórico y sus consecuencias? Sería un esfuerzo inútil.

Es de desear que las diversas fuerzas o tendencias políticas, también en este tema de dedicar una placa, a alguien, en el callejero local, eviten poner de manifiesto el sempiterno antagonismo de las “dos Españas irreconciliables”.

En el libro de sesiones del Ayuntamiento de León, han quedado reflejadas más de una disputa, entre ediles, antes de conceder, denegar o eliminar el honor de que el nombre de alguien se perpetúe en una vía pública.

En octubre de 2009, el Ayuntamiento de León, pidió al área de Historia de la Universidad de León, elaborar un informe sobre el callejero del municipio, para hacer efectivo el cumplimiento de la ley 52/2007, de 26 de diciembre, (ley de la Memoria Histórica) que propugna la retirada de elementos que supongan exaltación personal o colectiva de la sublevación militar de la Guerra Civil y la posterior dictadura. Ello implicará la sustitución paulatina de 28 nombres del callejero local.

Se entiende que nuestro callejero, y el de cualquier otra ciudad semejante a la nuestra, siga ostentando un alto porcentaje de nombres de santos, o relacionados con la Iglesia católica. No podemos olvidar la fuerte imbricación de las sociedades civil y religiosa, hasta bien mediado el siglo XX. Es un dato histórico-social muy relevante que sería absurdo pretender eludir.

Existen, en León y provincia, 1237 vías públicas con nombres de santos. (En 2012)

A nivel de Castilla y León, San Roque ostenta el récord, con 493 vías públicas que llevan su nombre, seguido de San Juan Bautista, (463) y San Pedro. (376)

Hay que tener en cuenta, igualmente, en la nomenclatura de nuestras calles, la fuerte influencia ejercida por los flujos migratorios de peregrinos que procedentes de los más remotos puntos de Europa, atravesaban nuestra provincia y nuestra capital, hacia Santiago de Compostela. Antes de rebautizar los diferentes tramos del Camino Francés, a su paso por nuestra capital, a esta vía se la conocía sólo como Camino de Santiago.

Existe, actualmente, una calle Santiago Apóstol, en el barrio del Egido y otra, con el mismo nombre, en Trobajo del Camino.

Otro caso muy significativo lo tenemos en San Martín de Tours, que sin tener relación directa con España o con León, tiene su nombre sembrado por los más recónditos lugares de la geografía hispana y leonesa, como titular de parroquias y más aún, de ermitas, particularmente por los pueblos próximos al citado Camino Francés. Eutimio Martino, sin embargo, asocia el nombre Martín con Marte, el dios romano de la guerra, encontrándolo en la toponimia española, y en León, ya antes de que el Camino Francés tomara el auge que todos conocemos, tras el descubrimiento de las reliquias del apóstol Santiago, en 814. Martino se retrotrae, como mínimo, a dos amplios siglos antes, a la época visigoda. (siglo VI)

Ese mismo trasiego de peregrinos, justificaría otros nombres de santos, plasmados en nuestro callejero: San Gil, San Guisán, (Crisanto), San Mauricio, San Roque, San Cristóbal, San Esteban, San Pelayo, San Mamés, Santo Tirso, Marcial Pincerna (San Marcial de Limoges), Santa Marina, procedente de Galicia, etc. La mayoría de estos nombres, no tuvieron nada que ver con León. A esta nómina, hay que añadir los nombres de los santos más señeros de la Iglesia católica: San Pedro, San Juan Bautista, San Pablo, Santiago, Santo Tomás, San Vicente de Paul, San Francisco de Asís, los dos San Antonio, el abad (ermitaño en Egipto) y el de Padua, sin olvidar los nombres más significativos de los papas -santos o no- que rigieron los destinos de la Iglesia católica.

La tendencia mayoritaria actual es la de recordar la identidad de lo más próximo a nosotros, lo provincial. Raro es que, actualmente, se bautice una calle con el nombre de un santo. Alexander Ziegler, viajero alemán, por tierras de León, en 1850, afirmaba que, en aquel entonces: “León capital tiene 70 calles y callejuelas, 4 plazas y varias plazoletas, que normalmente se utilizan como lugar de mercado, para comprar ganado y otros productos”. (Reseña posiblemente tomada del Diccionario de Madoz, de 1847, tomo X) Recordar que por aquel entonces, la ciudad estaba constreñida, en casi su totalidad, en el interior de la muralla romana.

Hasta estos comienzos del siglo XXI, el número de calles, se ha multiplicado ampliamente por diez. No olvidemos que casi 40 años después de esta referencia de Ziegler, en el censo de 1887, León sólo tenía 13446 habitantes. Y León seguía creciendo inusitadamente, tras el ensanche, contando 18197 habitantes, en 1911 y 21477, en 1920.

Las placas metálicas, en chapa, no alcanzan los cien años de vigencia. Hasta entonces fueron de loza (azulejo) o incluso esculpidas. Éstas últimas, muy escasas, -calles Juan Madrazo y Colón, por ejemplo-, solían ser un signo de categoría o incluso un capricho personal. La mayoría de ellas fueron colocadas a instancias o a expensas de Julio del Campo Portas, que además de constructor, fue concejal del Ayuntamiento y que tenía auténtica veneración por ciertos personajes históricos, como ha dejado plasmado en la calle que ostenta su nombre. De loza se conservan varias, en edificios antiguos. No es difícil encontrar, todavía, rótulos en azulejo y chapa, simultáneamente, en los que no siempre coincide la ortografía.

En sesión del 10-1-1861, el Ayuntamiento de León acordó “facultar a la Comisión de Policía, para entenderse con los fabricantes de porcelana y loza, con el fin de preparar la contrata de azulejos, para la numeración de casas y rotulación de calles, con toda la economía posible...” Cinco años después, en sesión del 16-5-1866, acordó “que, tan pronto como haya fondos en caja, se paguen los azulejos de numeración y rotulación de calles”.

El ayuntamiento de León no dispone de un taller propio de rotulación. Encarga el troquelado de placas o rótulos a empresas privadas.

Los nombres para identificar los diferentes tipos de vías, en León, son: avenida, barrio, calle, camino, carrera, carretera, corral, cuesta, glorieta, pasaje, pasarela, paseo, plaza, polígono, rinconada, rotonda, rúa, (galicismo y tautopónimo de rue=calle) senda, solar y travesía. La calle de la Rúa, inicialmente se llamó Rúa de los francos.

No es extraño encontrar todavía, en los archivos antiguos, a la hora de identificar un paraje, los términos cal y carral: Cal de moros (donde hubo una puerta, derribada por el Ayuntamiento de entonces, en 1868), Cal de escuderos, Cal de serranos, Cal de rodezneros, Cal de plata, Cal Silvana, Cal de varillas, Cal de moros, Carral de San Adrián (actual calle Dámaso Merino) Carral de Arco del Rey, Carral de Stª Eugenia, Carral de Stª Marina etc. Cal es un vocablo procedente del catalán y del mallorquín, con la acepción de camino, calle. Tal vez, este vocablo sea una reminiscencia de la presencia judía, en España. En Mallorca la inmensa mayoría de las vías son identificadas como cal de... y en Cataluña, mayoritariamente, como carrer. Carral, tiene igualmente, la acepción, todavía en uso, hasta mediados del siglo XX, de pequeño tonel, para acarrear vino. Aquí, sin embargo, hay que inclinarse por la etimología carro. Estaríamos, en consecuencia, haciendo alusión a una vía, antaño transitada por carros.

He creído oportuno consignar, en estas biografías, a aquellas personas a quienes Correos ha dedicado algún sello. Tal vez, más de un lector, además de la información biográfica, esté interesado en poner cara a esas personas o a algún otro aspecto relacionado con ellas: cuadros, esculturas, edificios, inventos, etc. Correos fue consciente de que la divulgación de cultura, a través de la filatelia, era conveniente, barata y práctica, además de hacer más vistosos los sellos. Son más las personas que no tienen la posibilidad de acceder a museos o a hacer visitas culturales, que las que sí tienen ese privilegio. Por eso fue tan notoria la difusión de imágenes, desde el primer tercio del siglo pasado hasta nuestros días, mediante la filatelia, como lo fue, y mucho antes, la numismática.

Obviamente, desde que existe Internet, muchos problemas de acceso fácil y barato, a la cultura, (texto, imagen y sonido) han quedado resueltos.

Conviene matizar, que aunque para muchos leoneses, el centro neurálgico de la capital sea la plaza de Santo Domingo, la numeración de las calles comienza en la Plaza Mayor, que en tiempos pasados se identificó como Plaza de San Martino y Plaza del pan.

Espero, lector, que si al acceder a la lectura de este trabajo, pudieras dar al título del mismo, un carácter interrogativo, ¿QUIÉN ES QUIÉN EN EL CALLEJERO DE LEÓN?, después de haberlo consultado, haya revertido la situación. Mi intención fue dar al título, un carácter afirmativo, desvelando la identidad de los nombres que conforman nuestras calles.

Al haber dudas acerca de la correcta identidad de varios nombres, en los rótulos, podría justificarse el título, como pregunta. Espero haber despejado la mayoría de las dudas, pero nunca excluyo que haya quedado alguna por esclarecer.

Es bien de lamentar, que ni en el Ayuntamiento de León, ni en otro tipo de archivos, haya datos que de manera inequívoca, asignen la identidad certera a algunos de los personajes biografiados. Como más significativos citaré los rótulos: Arcediano de Saldaña, Los Castañones, Menéndez Pidal, Núñez de Guzmán, San Juan, Juan de Austria, Quiñones de León, Reina Doña Sancha, Cabeza de Vaca, Príncipe, Pedro Ponce de León y los diversos Marqueses o Condes de... etc. En las respectivas reseñas biográficas de las personas citadas, espero hayan quedado despejadas la mayoría de las dudas.

La fecha, entre paréntesis, que sigue al nombre de la persona biografiada, es la del año en que la corporación municipal decidió otorgar la placa al referido personaje.

Pocos datos fehacientes hay, de antes del siglo XIX, sobre la decisión del Ayuntamiento de turno, para conceder el honor de una vía pública, a alguien. Un minucioso estudio de asignación de fechas, fue llevado a cabo por el cronista oficial de León, Luis Pastrana Jiménez. Son reiterativas las fechas 1961 y, sobre todo, 1966 como años en que la corporación municipal acordó asignar, masivamente, nuevos nombres de calles, con el alcalde J. Martínez Llamazares. Tales fechas obedecen a la expansión de la ciudad con los nuevos barrios periféricos, (Palomera, Ventas, Ejido, Pinilla, etc.) cuando la mecanización del campo obligó a muchos leoneses a asentarse en la capital provincial y otras, a nivel nacional, en las que la industria y los servicios permitían acomodarse a un sueldo fijo.

Un abundante número de calles data del primer tercio del siglo pasado, desde 1904 en que se inició el conocido como Ensanche de León, llevado a cabo por el arquitecto Ruiz de Salazar. Se pretendía, con dicho ensanche, ocupar los terrenos entre el casco viejo de la ciudad y ambas orillas del Bernesga y enlazar con un punto neurálgico: la estación del ferrocarril, que fue construida en 1871, después de que el primer tren ya hubiera entrado en León el 23 de noviembre de 1863 y recalara en lo que hoy calificaríamos de apeadero. Tres meses antes, el 23 de agosto, había llegado, en pruebas, la primera locomotora, procedente de Palencia. La ciudad se vertebraba, en gran medida, con la referencia del Paseo de las Negrillas, conocido desde entonces como avenida de Ordoño II. Ahora podemos hacer conjeturas sobre la configuración que tendría nuestra ciudad, si se hubiera hecho entrar el tren, por el oeste de Puente Castro, como se había pensado, en primera instancia, y asentar la estación por la zona de San Pedro, al este de la catedral, antes de proseguir hacia Galicia y Asturias. Este proyecto se desechó, por ser más costoso que el que situaría la estación, al oeste del Bernesga.

Sólo a partir del siglo XX, León fue adquiriendo aires de urbe moderna, dotando a la ciudad de vías amplias y de estructuras de evacuación de aguas residuales, hasta entonces inexistentes o muy deficitarias. Se acababa, así, con los ¡agua va! de infausto recuerdo, hasta entonces. Durante el mandato del alcalde Roa de la Vega, entre 1925 y 1929, se dio un notorio impulso a la acometida de agua, en las casas.

Otras mejoras municipales se irían haciendo realidad, muy tímidamente, desde finales del siglo XIX: el alumbrado público, con luz eléctrica, cobró un leve impulso con el alcalde Pedro José Balanzátegui, en la década 1860-1870. Hasta entonces sólo había iluminación, con quinqués de petroleo, en los puntos más neurálgicos de la ciudad. En 1892 se dotó de alumbrado al Teatro, -el primero, ubicado en los actuales terrenos del antiguo consistorio, en San Marcelo- y a los jardines de San Francisco. Este teatro, identificado como principal, fue derribado en 1961.

La recogida de basuras, en las vías más señeras y concurridas, sólo se haría realidad en el primer tercio del siglo XX.

El incipiente tráfico rodado de vehículos a motor, no causaría problemas de circulación hasta bien mediado el siglo XX. La implantación de las señales de tráfico, los pasos de cebra, las aceras, etc. no se harían realidad, en nuestras calles, hasta mediados del siglo pasado. Por eso, el primer semáforo tuvo que esperar a 1962, para ser instalado, en la confluencia de la avenida Independencia con la plaza de Santo Domingo.

En el ahora lejano año del inicio de la Primera Guerra Mundial, 1914, sólo se contabilizaban 21 coches, en nuestra capital. El primero de ellos, (Le-1) matriculado en 1907, de la marca inglesa Darracq, refundada por los franceses como Talbot, en 1905, perteneció al ciudadano francés, Albert Laurin-Pagny, afincado en León, que regentaba una fundición. Este señor dirigió aquí, la masonería leonesa.

Recordar, aquí, al primer -y por algún tiempo único- taxista de la ciudad, Eulogio, que efectuaba sus carreras, principalmente entre la estación del tren, y la plaza de Santo Domingo. La historia local lo recordará, más como personaje singular de su época, que como profesional del taxi.

En 1835, se había creado la Mutua contra incendios, que atendía, preferentemente, a los mutualistas que con ella habían asegurado sus casas.

El servicio municipal público de bomberos fue realidad a partir de 1914 y se municipalizó oficialmente, en 1920, quedando entonces minorada la Mutua contra incendios. Este servicio municipal tuvo su primera sede en la calle Julio del Campo, hasta 1978, en que se trasladó a su emplazamiento actual, en la avenida Sáenz de Miera, con el alcalde Óscar Rodríguez Cardet.

La inquietud por dotar a la ciudad de mobiliario urbano, como bancos, marquesinas en las paradas de autobús, cabinas telefónicas, papeleras, jardineras, etc. se fue haciendo realidad a partir el último tercio del pasado siglo.

Importante hito, para la ciudad, fue la llegada del ferrocarril de vía estrecha, prolongándolo desde Matallana de Torío, hasta la actual estación, en la avenida del Padre Isla, en 1923.

Afortunadamente, los atropellos urbanísticos habidos hasta no hace tantos años, van remitiendo. Ya no se concibe una ciudad de vías estrechas, sin espacios verdes, sin suficientes cocheras, ni amplias zonas de aparcamiento. Se acabó aquel crecimiento, tipo champiñón, de los años 40, 50 y 60 del pasado siglo, que tanto afectó a los barrios periféricos: Egido, Ventas, San Mamés, avenida de Nocedo, Pinilla, zona Crucero, Mariano Andrés y otros.

Es difícil imaginarnos la fisonomía que llegará a tener nuestra ciudad, o cualquiera otra, dentro de cincuenta o cien años, dado el ritmo de transformaciones de todo tipo, en el que estamos inmersos. Y todo sea por alcanzar una de las premisas a que aspira todo ser humano: vivir con la mayor comodidad posible, sin agobios.